lunes, 6 de noviembre de 2017

Religión y Ciencia en el medioevo




Religión medieval


Durante la época la época medieval, las religiones adquirieron un gran poder, afectando así, la vida cotidiana y los aspectos culturales.

Las religiones que predominaron fueron el islam, el judaísmo y el cristianismo.

El Judaísmo



Se cree que fue la primera religión monoteísta y se remonta a los 2000 a. C. Estos sufrieron una gran opresión por parte del cristianismo y el islam, sin embargo, aún tenían derechos. Habitaban Europa central y oriental, y normalmente eran mercaderes o artesanos.

El Cristianismo



Surge del judaísmo, y en el año 44 a. C. Se usó por primera vez el término "cristiano".

El Cristianismo fue la religión que predominó por encima de las demás durante la Edad Media. Fue declarada la religión oficial del Imperio Romano del siglo IV.

Fue la única institución que logró mantener su poder a través de una Europa fragmentada políticamente. Como ejemplo de el gran poder que poseían, tenemos el momento, en que a Carlo Magno le fue otorgado el título de Emperador, por el Papa.

La iglesia cristiana brindó también muchos aportes, por ejemplo a la educación, promoviéndola, no solo en los monasterios, sino fundando las primeras Universidades.

La gente común de Europa debía pagar el diezmo anualmente. Todos los miembros de la iglesia conformaban el Clero, y debido al gran poder y las riquezas que poseían, era muy común la corrupción.

El Islam 



Surgió en la Meca (Arabia Saudita) en el año 622 d. C.
A comienzos del siglo VIII, el Islam empezó a cubrir parte del territorio anteriormente cubierto por el cristianismo.




La Ciencia en la Edad Media


Se entiende por ciencia los descubrimientos habidos en el campo de la filosofía natural, es decir, que tratan de explicar la naturaleza.

Los grandes artífices de la misma fueron los griegos clásicos, quienes llegaron a escribir numerosos tratados científicos que fueron la base del interés de los romanos por el estudio de la naturaleza, sobre todo en las tierras orientales, donde dominaban el latín y el griego.

Sin embargo, los romanos no hicieron lo mismo, sino que se limitaron, en el mejor de los casos, a traducir o resumir las obras helenísticas clásicas.

Tras la caída del imperio romano, en los primeros tiempos de la Alta Edad Media, todo ese interés se perdió durante siglos, debido en gran medida a la división del continente europeo entre Oriente y Occidente, quedando este último sin acceso a los tratados originales en griego, con lo que la ciencia se vio sumida en un profundo abandono.

Con el interés carolingio por la antigüedad clásica griega y romana, comenzó la recuperación del estudio filosófico de la naturaleza, principalmente a través de las obras en latín, pero también hubo eruditos que entendían el griego, de manera que se recuperaron algunas obras de autores clásicos gracias a los contactos con el imperio bizantino.


El interés medieval por la ciencia


La Iglesia también tuvo su parte de responsabilidad en este desinterés, pues primaba la fe por encima de la naturaleza.

Carlomagno fue el primero que trató de cambiar este orden de cosas, y se rodeó para ello de eruditos que, aunque procedentes en su mayoría del clero, mostraron interés por la antigüedad clásica en todas sus facetas. Alcuino, pilar fundamental de la reforma intelectual llevada a cabo por Carlomagno, trató de recuperar el saber clásico y centró sus programas de estudio a partir de las siete artes liberales, distribuidas en dos grupos: el trivium y el quadrivium; el primero incluía las materias literarias (gramática, retórica y dialéctica), mientras el segundo se correspondía con las enseñanzas científicas (aritmética, geometría, astronomía y música). La creación de escuelas en las que se impartían las enseñanzas basadas en esta organización permitiría, con el paso de los siglos, la aparición de las Universidades y, mediante el desarrollo de la lógica o dialéctica, el interés por la indagación especulativa, que llevaría a la Escolástica.

El impulso acabó por confirmarse hacia el siglo XII, cuando al anterior interés carolingio se sumó el contacto con el mundo árabe, proveniente de Oriente, el cual había tenido acceso directo al conocimiento griego clásico y estaba científicamente más avanzado.

Las traducciones llevadas a cabo en el sur europeo (España e Italia) permitieron importantes avances en el campo de la astronomía, la matemática, la botánica y la medicina, entre otros.

A esto se sumó la creación de las primeras universidades, a mediados de siglo, y la aparición de unas nuevas órdenes religiosas, las mendicantes, que defendían la fe cristiana mediante el uso de la razón (principalmente, dominicos y franciscanos). El estudio de las principales obras de la filosofía natural, cuyos autores más representativos eran Aristóteles, Platón, Ptolomeo, Arquímedes o Galeno, fue desarrollado por autores de la Escolástica. Ésta consideraba la naturaleza como un sistema coherente de leyes que podían ser explicadas por la razón, dando un mayor énfasis a la lógica y defendiendo el empirismo.

Los autores en la ciencia medieval
Uno de los primeros escolásticos fue el obispo de Lincoln Robert Grosseteste (1168-1253), considerado como el fundador del pensamiento científico en Oxford, y que realizó estudios sobre astronomía, geometría y óptica; partiendo del pensamiento aristotélico, propugnaba por extraer de las observaciones particulares una ley universal, a partir de la cual se pudieran prever situaciones particulares, señalando la necesidad de utilizar experimentos para verificar teorías.

Alumno suyo fue el franciscano Roger Bacon (1214-1294), quien establece unas pautas a seguir en lo que se conoce como el método científico, un ciclo repetido de observación, hipótesis, experimentación y verificación independiente de los hechos naturales; destacó en el campo de la mecánica, la geografía y la óptica. El interés de ambos por esta última materia posibilitaría los posteriores avances en la astronomía y la medicina, tras la invención del telescopio y el microscopio, amén de la generalización de las gafas en el siglo XII.

Un acérrimo defensor de la coexistencia pacífica entre ciencia y religión fue Alberto Magno (1193-1280), quien introdujo en las universidades la ciencia griega y árabe. Su más conocido discípulo fue Tomás de Aquino (1227-1274), quien integró la tradición aristotélica en la escolástica. Ambos eran dominicos.

Un paso más avanzado se consiguió con el franciscano Duns Scoto (1266-1308), quien contestó las teorías de Tomás de Aquino y Alberto Magno, estableciendo la separación entre razón y fe; según él, la fe no podía llegar a ser comprendida por la razón, de manera que la filosofía debía separarse definitivamente y ser independiente de la teología. Para concluir, uno de sus discípulos acabó por señalar uno de los principios fundamentales de la ciencia. Se trata de Guillermo de Ockham (1285-1350), quien iba a establecer la base de lo que sería más adelante el método científico y el reduccionismo en la ciencia: según él, para explicar un hecho hay que escoger siempre la explicación más sencilla de entre todas las que sean igualmente válidas; esto es lo que se conoce como la Navaja de Ockham. Entre sus seguidores cabe citar a Jean Buridan (1300-1358) y Nicolás Oresme (1323-1382), quienes avanzaron en el conocimiento de las leyes de la física como el movimiento de los objetos en caída libre (Buridan, con lo que fue el precursor de las leyes de la dinámica de Galileo y de Newton), o la astronomía (Oresme señaló la posibilidad de que en el espacio existieran otros mundos habitados).

El declive de la ciencia al final de la Edad Media


Todos estos autores fueron anteriores a la peste negra que asoló Europa en las postrimerías del siglo XIV. Ésta tuvo un efecto muy negativo en la innovación intelectual y científica a finales de la Edad Media, por lo que el interés por el conocimiento científico no se recuperaría de forma clara hasta el período posterior, ya con el Renacimiento.